Existen días memorables en mi vida, si, esos especiales, los que se sacuden de aquella rutina diaria de la cual no me quejo, ya que está llena de fantasía gracias al amor de mi esposa y mi amor por este mundo maravilloso, y si buenos son mis días comunes, bien, que puedo decir de mis días memorables. ¡Espectaculares!
Ayer fue uno de esos días. De esos que cuando piensas en cómo ha sido tu vida, apenas unos 30 fotogramas fugaces vienen a tu cabeza en solo un segundo. Y lo de ayer es uno de esos fotogramas inolvidables. Una visual de la tierra desde 10 mil pies de altura, a una velocidad de 250 kilómetros por hora, con una combinación de entre adrenalina, sorpresa, diversión, fantasía y miedo. Una emoción indescriptible con el paisaje verde hermoso de mi tierra colombiana bien mezclado con nubes que nunca había visto de esa forma desde arriba.
Es un fotograma que se convierte en una apología al control mental de las emociones humanas, a la anulación del instinto de supervivencia, pero ante todo, a mi vida, tan frágil y al mismo tiempo poderosa, una vida representada en un diminuto pixel en un pantalla del tamaño del firmamento.
¿Y cómo fue?
Fue un día largo, iniciando desde un despertar nervioso muy a la madrugada para emprender camino desde Bogotá hacia Flandes Tolima, junto a mi esposa maravillosa, mi perrito Jack, mi gran amigo Diego y encontrándonos en el camino con mis amigos Sofi, John y Gustavo. Un camino cargado de todas las ideas acerca de lo que pasaría, iniciando desde el peor de los presagios, cientos de sensaciones de miedo distintas, el alucinante pensamiento de que en realidad no estábamos haciendo esto. Comentarios de uno y de otro acerca de lo que podría ser y sentirse. Sería un salto Tandem, es decir, pegados a un instructor experto de la compañía SkyDive, ninguno lo había hecho antes.
Al llegar, la espera fue infinita y se cargó de nuevos miedos, una avioneta despegó con un grupo de chicos que se lanzarían antes y expectantes esperábamos ver el momento en que se lanzaran. Más equivocados no podríamos estar. La avioneta tardo más de 20 minutos en prácticamente desaparecer en el firmamento y apenas, justo arriba de nosotros, se veía una linea a una distancia que me parecía inconcebible. Si así se veía la avioneta claramente no se podría ver a nadie desde semejante distancia, fue un momento de pánico observar esto desde abajo, poco a poco y con los segundos se alcanzaron a ver unos imperceptibles puntos en el cielo y luego unos paracaídas. Pensé, si se trata de una caída libre a 250 kilómetros por hora durante 50 segundos antes de abrir el paracaídas y solo vi un punto en el cielo unos segundos antes de abrir el paracaídas, es definitivamente demasiado alto.
Así fue todo el tiempo de espera para que llegara nuestro turno, lleno de emociones con altibajos, segundos de pánico y luego regresando a minutos de tranquilidad con el pensamiento de que iba a ser una experiencia aún más maravillosa de lo que había pensado.
Llegó el momento
Llegó por fin nuestra hora, el momento de ponernos nuestro arnés, recibir las instrucciones y subir a la avioneta. Había pensado que en ese momento se pondría a latir mi corazón a punto de estallar, pero de manera inexplicable se apoderó de mi una calma nerviosa y sentí que el momento de sufrir sería solo cuando estuviésemos a punto de lanzarnos. La avioneta subió por 19 minutos, en los cuales, sentado sobre el suelo de la avioneta disfruté la sensación de un miedo controlado y la adrenalina de subir. Gus, mi instructor, me decía que confiara, que todo estaba bajo control, realmente es un gran profesional que me hizo sentir confiado. La avioneta empinada subía y por la ventana se veía increíblemente lejos la tierra firme.
El Salto
Llegó el momento, mi amigo Diego que estaba más cerca de la puerta recibió una indicación de su instructor para deslizarse hacia la puerta y de un momento a otro salieron. Eso se vio como cuando vas en carro a 100km/h y tiras un papel por la ventana. Inmediatamente, sin tiempo para pensar, salieron John, Sofi y yo ya estaba en la puerta de la avioneta, me sentía increíble, como pasmado y esperando a que pasara todo, miré hacia arriba, pedí a Dios y ya estaba en el aire.
Increíblemente la sensación fue maravillosa, indescriptible, unos segundos y ya estaba en el aire volando y me sentía feliz, no tenía miedo, estaba lleno de magia y disfrutaba cada segundo, fueron como 40 segundos de caída que sentí como si hubieran sido solo 20. Fue tan maravillado, allí estaba yo, volando, siendo parte del firmamento, conmovido con la sensación del frío viento que me sostenía flotando.
Dimos un par de giros seguíamos volando y se abrió el paracaídas, la velocidad disminuyó totalmente y fue mágico. Allí ya solo quedaba contemplar el paisaje desde una altura impresionante. Gus me explicó como se daba dirección al paracaídas y me dio las cuerdas para dar la dirección yo mismo, allí fue otra sensación de adrenalina total dar estos giros. Fueron 6 minutos en el aire y el aterrizaje excelente por parte de Gus.
Gracias a SkyDive y su profesionalismo, esto fue genial! Ahora espero con ansias el video del salto y de seguro lo publicaré en cuanto lo tenga.
Si hay algo maravilloso en mi vida eso es "vivir". Estar vivo es un regalo tan impresionante, Dios me ha dado esta vida y de verdad que la he disfrutado. Hasta cuando Dios lo decida, creo que disfrutaré de cada segundo rutinario y de cada momento memorable por siempre. ¡Soy feliz!
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