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Algunas reflexiones personales sobre la pasión política de estos días

A dos días de saber quién será el nuevo presidente de nuestro país (o mejor, de confirmar al ganador), mi desinterés por un resultado en particular me ha llevado a ponerme en la posición de observador y reflexionar sobre el tema de una manera un poco más desapegada y viéndolo más bien como lo haría un científico que juega a descubrir verdades en el laboratorio.

Desde el comienzo de la campaña presidencial colombiana y viendo la intensidad del debate político entre candidatos y entre personas comunes y corrientes en muchos escenarios de la vida cotidiana, he venido dando forma a ciertas reflexiones que hoy se materializan en este articulo. He aquí algunas de ellas:

1.
No soy historiador, pero lo que he tenido la oportunidad de saber sobre el pasado político colombiano, me da la certeza de que nunca antes en la historia de nuestro país la pasión política se había desbordado tanto de los espacios tradicionales, ni se había visto a tantos millones de colombianos inundados de esa fe, a veces absurda, hacia un candidato. Hoy, ese fervor político de otros tiempos se ha multiplicado y, con la rapidez que se esparce un virus, ha llegado con fuerza hasta a las personas que antes tenían un interés pobre o incluso nulo en los temas políticos. Me pregunto si esa intensidad de los afectos políticos viene a ser una prolongación del enfrentamiento entre dos bandos de opinión que creó el gobierno actual.

2.
Esta explosión de las pasiones políticas coincide perfectamente con el acceso cada vez más alto que tiene la gente común y corriente al poderosísimo medio rey de nuestros días: el internet. La democracia que, hoy como nunca, caracteriza a la web ha abierto un ilimitado espacio de participación que hace cuatro años no tenía el ciudadano raso. La cultura del “mírame a mí” que han impuesto principalmente las redes sociales como Facebook y Twitter ha sido sabiamente aprovechada por los estrategas de las campañas y ha favorecido la posibilidad de opinar que hoy tienen las personas que, años antes, no tenían interés en hablar de política.

3.
La televisión y la radio, como siempre, también han hecho su fiel labor, y por supuesto, sus favores han estado inconfundiblemente dirigidos a los que tienen más poder y dinero para hacer que la opinión pública se ponga a su favor.

4.
Ese impacto innegable que tienen los medios de desinformación en todo aspecto de la vida de un país, pero, sobre todo en la política, se ve reflejado como nunca en la manera como muchas personas se crean y se creen esa imagen de su candidato favorito. Un alto porcentaje de los electores construye esa figura ideal a punta de remiendos noticiosos y de comentarios de calle y de red social. Como suele pasar con tantos otros temas, la convicción nace en la idea de que “los noticieros siempre muestran la realidad” o de que “la mayoría de gente no puede estar equivocada”.

Si se tiene en cuenta que el menú diario del elector promedio está reforzado con una sobredosis de los dos grandes canales nacionales, no es ninguna sorpresa que las decisiones políticas sigan siendo las mismas de los últimos cincuenta años. En un país como el nuestro, duele decirlo, la lectura es ese hábito que más bien tiene cara de castigo y por eso, la gran mayoría de la gente prefiere embeberse entre el televisor y creer en la cómoda verdad que los dueños de los medios se han encargado de fabricar.

5.
Esa pasión política que hoy invade a millones de colombianos se parece mucho a la pasión que nos invadía cuando la selección Colombia todavía se daba el lujo de jugar en el mundial de fútbol y nos alcanzaba a dar esperanzas de una participación digna. La diferencia, esta vez, es que el país está dividido en dos equipos.

Pero digo que se parece porque, en esencia, la motivación interna que mueve ese apego es la misma: siempre buscamos algo a qué unirnos, una causa importante que nos pueda dar la sensación de triunfalismo y que satisfaga esa humana necesidad de competir y demostrarle al oponente que somos más grandes y que tenemos más poder.

Es una necesidad intensificada por la inmensa fuerza de la euforia colectiva. Creer en algo con pasión y sentir que millones más de personas creen en lo mismo es una experiencia que, además de divertida y emocionante, refuerza la idea de que uno no está sólo ni es un loco que piensa diferente a los demás.

6.
Hablando de mundiales de fútbol y a propósito del que estamos presenciando por estos días, no sería extraño que muchos apasionados del tema electoral terminen ahogando su pena por la derrota, en la fe hacia un equipo poderoso como España, Italia, Brasil o Alemania para tener la compensación psicológica de que, por lo menos en algo, se puede ganar. Y si no ganamos en fútbol… habrá algún espacio en la vida en que podamos vencer a alguien y demostrar, de alguna manera, que tenemos poder.

7.
La ciega fe profesada hacia un candidato y ,de paso, la obsesiva necesidad de tener siempre la razón, son una peligrosa combinación que se hace notable por estos días en los electores colombianos. Ese apego, a veces irracional, a un personaje y a una candidatura lleva a muchos a querer tapar el sol con un dedo, a esconder los errores de su elegido e incluso, a justificar y quitar importancia a delitos que se han cometido en presencia de todo un país.

Cuando de defender un punto de vista se trata, no hay artimaña que se quede pequeña y la idea de “el fin justifica los medios” se lleva a la práctica de todas las formas posibles. Esa primitiva necesidad de estar siempre en lo correcto es una de las más básicas respuestas emocionales que tenemos los seres humanos para afirmar nuestro poder y ganar importancia aunque ello signifique apabullar al otro.

8.
Gane quien gane en esta contienda política (aunque lo predecible de la historia política colombiana, casi nos pueda decir con certeza de quién se trata), en mí se refuerza la idea de que no existe ni existirá en este país, ni en ningún otro, un personaje capaz de liberarnos de nuestros problemas más básicos y de arreglar un territorio que tiene siglos de desarreglo. Pienso, con convicción profunda, que el único capaz de resolver los problemas de cada persona es ella misma y por eso, la fe en un personaje político con intenciones de mesías sólo se me parece a una distracción pasajera que proporciona una cómoda sensación de bienestar.

Comentarios

  1. Amigo, como verá, el día de hoy esa pasión se ha desvanecido y no queda nada mas que esperar a que todo siga igual y aunque soñé con que el profesor podía, no mejorar el país, pero sí hacernos caer en cuenta que el problema somos nosotros mismos y nuestro comportamiento, creo que ya nada tiene sentido y ya todos olvidaran sus pasiones pasajeras.

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